lunes, 2 de noviembre de 2015

Día de muertos en Tlaquepaque.

Siempre he pensado que la muerte de alguien nos duele por el simple hecho de que no estará más por aquí. No habrá más desayunos, más salidas al cine, más masa para hornear, más fiestas. No podremos ver esos ojos una vez más, escuchar esa risa o esa voz.

¿Pero no es un poco egoísta? Queremos más de esa persona para nosotros. No importa si está muy enferma, no importa si ya no quiere estar aquí o si es feliz. ¿No es acaso nuestro egoísmo lo que hace difícil el proceso de dejar ir?

Ahora que se acerca mi cumpleaños pienso mucho en eso. Agradezco estar un año más con vida y también pienso en la muerte. Es inevitable, la vida y la muerte coexisten entre sí y uno determina al otro. Amo la vida y cada uno de los detalles en ella. 

Siempre le digo a mis papás que cuando me muera me gustaría que pusieran mis cenizas en una maceta o en un árbol, de esos que parecen robustos y fuertes pero que parte de su belleza es dejar ir las hojas en esta época del año. Le digo que no quisiera que me hicieran funeral porque me hace sentir mal ver triste a la gente que quiero, en especial si es por mi culpa. No están muy de acuerdo conmigo en eso último.

Prefiero que celebremos la vida, mientras dure, como sólo nosotros sabemos hacerlo. Celebremos esos desayunos, esas salidas al cine, esa masa para hornear, esas fiestas, esos ojos, esa risa y esa voz. Celebremos con colores, con música, con comida y con tequila. Hagámoslo mientras la ciencia, un ser superior, el universo y el amor lo permitan.

















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