lunes, 2 de febrero de 2015

Stranger

No sé si es porque mi país no siempre tiene las mejores representaciones en películas, series, o con los extranjeros en general, pero pensé que en todos los países era igual. Que todos en Estados Unidos comen hamburguesas, que todos en Argentina son nefastos, que todos los italianos comen pizza todos los días, o que en Australia tienen a canguros como vecinos. Así como en México no todos dormimos en nopales ni a todos les gusta el tequila, supongo que será así en otros lugares.
Pero aquí si. Aquí la gente jamás se cansa de bailar, no dejan de sonreír, no acaba la fiesta jamás. Y cuando digo fiesta, no me refiero a terminar ahogado vomitando de tanto haber tomado. Por fiesta me refiero a la alegría, al compañerismo, a la bondad. Aquí no se está triste jamás.
Estoy en una selva con edificios que coexisten perfecto, donde el concreto es amigo de los 27 grados, el viento y la humedad. Estoy en donde los taxis tienen terminal para tarjetas de crédito y débito, funcionando con algún mecanismo que aún no logro entender. Soy una extraña en esta ciudad y jamás me sentí tan libre. Como si lo desconocido fuera sinónimo de libertad.
Antes de venir aquí precisamente pensaba en eso, que no tenía la necesidad de salir de mi zona de confort. Seguramente era miedo, y ahora comprendí que no hay nada mejor que esto. He aprendido más de lo que pensé en solamente dos días. No tengo más que doscientos pesos y veinte dólares en mi cartera porque no puedo cambiarlos, mis tarjetas están bloqueadas, la pantalla de mi teléfono se rompió en el aeropuerto, y no entiendo la mitad de lo que me dicen. Todo es una señal.
Esto apenas comienza y la verdad, no podría estar más emocionada. Me enamoré de los retos, de las barreras e impedimentos que la vida tiene para mí sin aún conocerlos. Supongo que de esto se trata la vida, de conocerte en la peor situación y de dominar tus defectos pero sobre todo, ser tu mejor amigo para no estar solo jamás.












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